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Destruir para avanzar
Se sabe cuando llega el momento de acabar con lo anterior y avanzar. Y ese momento significa destruir y tirar.
Continue Reading 14 febrero 2016 at 13:19 AnabelBugarín Deja un comentario
Dos años

Fotografía de Gustavo Marco, en su perfil de Instagram, que puedes ver aquí: http://bit.ly/insta-gmarco-cisnes
«Sólo dos años» o «dos años ya» son conceptos aparentemente contradictorios que, sin embargo, ellos ven compatibles. Son espacios temporales que no dependen del paso de días, semanas o meses; dependen, si queréis saberlo, de los latidos del corazón. O de los kilómetros recorridos en uno y otro sentido o de las horas compartidas a través de un teléfono. O de aquella tarde de domingo en la que se quedaron dormidos con la aplicación de vídeollamada abierta, recuerda ella aquella tarde de aquel domingo.
Dos años ya, dicen algunos, que son tres, comentan quienes enumeran sus momentos. Que se pueden limitar a uno, si lo cuentan otros. Pero que, sonríen ellos, es toda la vida, porque, ¿cómo son esos versos que dicen que todo lo vivido es una preparación para llegar al otro?
¿Existen esos versos? ¿o me los he inventado?
En realidad no importa si existen. Lo importante es que es cierto, sí, que todo lo vivido fue el camino que les llevó al otro.
Más allá del sonido de tu nombre

Imagen extraída de la galería de Flickr de Max Boschini que puedes ver aquí http://www.flickr.com/photos/18548550@N00/5123578/
La casa está llena de los ruidos de la televisión o de la radio. O de la música que suena en el reproductor. Está llena de las carreras de los pequeños al jugar, de sus sonidos en cada movimiento. Y aunque no hay un hueco donde pueda estar agachado, la casa está llena del silencio de tu ausencia.
(El título de esta entrada es el primer verso de un poema de Beatriz Gimeno: «Más allá del sonido de tu nombre/ que me clava tu ausencia en la memoria,/donde acaba tu cuerpo,/donde comienza el mío/cada mañana, me salva la poesía»)
Hambre feroz
«Hemos quedado en una hora», le dice él. Y como tiene suficiente tiempo, ella se da una ducha con el exfoliante de frambuesas y fresas para luego enjabonarse con el gel del mismo olor. Se seca suavemente la piel con su toalla favorita y masajea su cuerpo con la hidratante que va a juego.
Él acerca la nariz a su cuello. Qué apetitosa hueles, murmura. Y mordisquea ligeramente la nuca de ella, que se ríe. Le muerde el hombro, la muñeca, la parte superior del pecho derecho. Qué apetitosa hueles, repite.
Y se la come.
Cuando llega al restaurante, se disculpa; no tiene mucho apetito. No, ella no ha podido venir; le dolía la cabeza.
Sobre bozales, pérdidas y evoluciones.
Venía a contaros que he perdido el bozal. Y que lo raro no es que se me haya caído en algún lugar del paseo que recorremos la perra y yo, sino que, no habiendo nadie más en el horizonte, al volver a realizar el trayecto pero al revés, el dichoso bozal no apareció. Y no había nadie que lo hubiese cogido para sí mismo.
Pero resulta que WordPress me felicita porque este blog cumple cinco años. Justamente hoy. Cinco años. Y si, tal y como realicé aquel paseo al revés hace unos días, me pusiese a caminar por mis recuerdos de estos cinco años acabaría obteniendo una relación detallada de todos los bozales que he perdido. Algunos no serán sencillos de reemplazar; no será tan fácil como acudir a una tienda de productos para mascotas y escoger la talla que corresponde. No podrán ser sustituidos, de hecho. Otros simplemente tuvieron su tiempo y se desgastaron con el uso; o con el abuso. O sencillamente, se desgastaron, tampoco hay por qué buscar más razones. Las cosas, y las personas, y las relaciones con ellas, se debilitan tantas veces, por tantos motivos, o sin necesidad de causas concretas, que no hay necesidad de buscar más explicaciones que el hecho de que simplemente el tiempo pasa.
Y la gente cambia, aunque otros no cambien. O cambian los otros, aunque una no cambie. Cambian las motivaciones, o las circunstancias. Evolucionan la piel y las emociones. Ni siquiera son indispensables acontecimientos extraordinarios, como una mudanza a otra ciudad, o encontrarse en eso que ahora llaman en situación de desempleo (y toda la vida fue quedarse en el paro), o pasar a convivir con otro, o haber ganado con el cambio una perra. Es todo mucho más sencillo: se llama evolución. María Moliner define la «evolución» como el cambio gradual de algo en cierto sentido. Cual sea el sentido de ese cambio, bueno o malo, beneficioso o no, dependerá, imagino, de la perspectiva de cada quien; de si echa de menos lo que ha ido quedando como tareas tachadas en un cuaderno de notas, o lo que son recuerdos escritos (o no) en un diario. O de si lamenta que hayan agotado la tinta de los bolígrafos con los que tomaba esas notas. Al fin y al cabo, todo termina convirtiéndose en una anécdota.
Yo venía a contaros que había perdido el bozal. Y que acabé comprando dos porque el primero que compré era una talla más grande. Y que no sabeis el trabajo que me da ponérselo. La de historias que me va a dar para contar esta mi-su-nuestra perra.
Don Juan del Sol
El Sol es un Don Juan, conquistador mercenario que ayer nos prometía rayos de feliz iluminación; y hoy, tras habernos conquistado, nos deja las nubes grises y tristes de su abandono.
Ah, que juega con nuestras ilusiones como cualquier libertino.
Romance da nube e o tren.
Onde se narra en imaxes a compañía dunha nube (ou varias que poderían ser unha) durante unha viaxe en tren.
Su tiempo se mide por cruces en un calendario.
Sus días se miden por cruces en un calendario. Tacha el tiempo con rotulador permanente para llegar al tiempo que importa. Los días que pasan se olvidan o almacenan; todavía faltan algunos para llegar a los días que marcan la piel. Para alcanzar el día en que se cubra el hueco vacío de la cama, ese al que da la espalda cada noche; ese, en cambio, en el que se acurruca cuando tiene frío aunque haga calor porque, fantasea, guarda todavía el espacio de ese cuerpo por el que marca cruces un calendario.
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