Posts tagged ‘mesa’
Fin de año en el bingo
(Este post está adicado a María, pra recorda-lo noso cambio de ano 2007 ó 2008; moitos bicos, cansina)
Pues este año me quedo aquí, qué remedio. Una puede gastarse 300 € en un billete de avión de ida y vuelta para día y medio sólo una vez al año, y tocó en Nochebuena. Así que la noche del cambio del año me quedaré cenando en casita, descansando, viendo una película o dos o tres, o ¿por qué no? con los programas especiales de televisión para Nochevieja. Ver a viejas y nuevas glorias de la música haciéndonos creer que ellos también están trabajando por nosotros no deja de ser tradicional, ¿no es cierto? Y estos días se supone que lo tradicional es lo que prima.
Pues sí, decidido, qué remedio. Luego paso por el videoclub y alquilo un par de clásicos del cine, una más actual, alguna de humor… Sí, nada triste, que hay que llamar a casa para desear feliz año nuevo y una no puede ponerse melancólica, que ya bastante tendrá con ellos.
Porque, al fin y al cabo, no tiene nada de especial cenar sola en Nochevieja. Y esto es así porque no vivo en mi ciudad, con mi familia. Peor lo tienen otros, ¿verdad?, que no tienen familia, viven en la calle, y no tienen con quien cenar, ni probablemente qué cenar.
Me iré al super, a ver qué compro. Cava, vino, uvas, mmm, una buena carne para cocinar al horno. Tengo todo el tiempo del mundo para cocinar. ¿Y qué hago de primero? Buscaré un menú interesante y nuevo. Mi última y primera cena de cada año esta vez será diferente, espectacular. O no. ¿Por qué no lo de siempre? Bacalao al horno. Pero hecho por mí, no por mi madre. Delicioso. Para chuparse los dedos.
Pues ya está, decidido. Cuando cierre la tienda, me pondré a cocinar y, después de llamar a casa, antes de que se saturen las líneas y esas cosas, a cenar mis entremeses, mis camaroncitos y mi bacalao al horno al estilo mamá. Un buen godello (que me gusta más que el ribeiro) y el cava. Turrón, poco, que no me gusta mucho. Ah, y las uvas, que con lo que me pirran soy capaz de comerlas antes de que den las campanadas.
Y así estoy yo, organizando mis planes para la última noche de este año. Riiiing riiing riiing, suena el móvil. Cáspita, ¿quién es? Ah, la cansina número 1. «Hola, nenaaaaaa, ¿qué haces?; ¿yo? pues aquí, en casa, organizando cosas. ¿Qué? ¿en fin de año qué voy a hacer? pues nada especial. Me quedaré aquí, claro; ¿y tú? ¿te vas? ¿no? jo, cari, también te quedas; sí, si quieres hacemos algo juntas, nena; ven a cenar aquí, que voy a hacer bacalao, o si no, otra cosa, si no te gusta. Ah, que tú les das la noche libre y te quedas tú. Claro, como yo, sólo que yo di la tarde, porque total… ¿Cómo? ¿ a dónde? Tu estás pirada. ¿¡Al bingo!? Oye, tía, ¿tú cuántos años te crees que tengo? Ya sé que digo que soy mayor, pero, chavalita, tanto como para pasar la nochevieja en el bingo… Además, tú ¿qué eres? ¿una ludópata o qué?. Ah, que tú luego tienes que volver a las once de la noche para quedarte tú en el trabajo. Y ¿cuánto cuesta la cena? Ah, pues caramba, sí que va a salir una buena cena de fin de año si cuesta diez euros. Pero yo no me he comprado nada de fiesta, eh, así que iré con lo que tenga. Sí sí, mujer, quedamos, ya te llamo cuando salga del curro»
Pues ahí estamos. Yo cierro la tienda, llego a casa, me doy una duchita, me pongo mis mejores galas findeañeras, me maquillo ¡¡incluso!! y voy a recoger a la muchacha para irnos a gastarnos los cuartos al bingo. Y ahí que llegamos las dos. Ligeramente emocionadas y muy a la expectativa, porque… es nuestra primera vez. Y vamos a hacerlo juntas. Entramos, nos acercamos a recepción y, un poco cohibidas, pero con ilusión ante este importante paso en nuestras vidas, preguntamos qué hay que hacer. Bien, la información es esencial para la prevención, así que os diré que tuvimos que mostrar nuestros documentos de identidad. Hecho esto, nos dieron la bolsita con esos collares de colorines que se pone la gente al cuello la noche de fin de año acompañados de su matasuegras correspondiente y un gorrito y, hala, pa dentro, que hay que jugarse los cuartos.
Al entrar en la sala, una amable camarera nos sienta en una mesa. Nena, digo, aquí no hay nadie cuya edad baje de 55 años. Si al menos hubiese un Fernández Tapias soltero por ahi. Pero qué va… Nos dicen el menú. En fin, el vino no es que sea un Rioja de calidad, pero qué vamos a pedirle a una cena de diez euros. Y preguntamos en qué consiste la mecánica del juego. Al fin y al cabo, somos vírgenes en esto. Algún día habría que perderla, sí, pero no hemos recibido educación bingal (¿esta palabra existe?) en el colegio, ni nuestros padres nos han explicado cómo se tocan los cartones, así que tendremos que ser guiadas por estas azafatas tan simpáticas (esta última frase es una ironía, entendedme).
Y allí que nos ponemos a comer y a hablar. Y al mismo tiempo a intentar escuchar los números que canta la locutora. Diez. Uno cero. Setenta y cuatro. Siete cuatro. Ocho. Y, «sssh, cállate, nena, que no m’enterao del último. Y tengo una línea, nena, ¿ahora qué hago?. -¡¡¡Dilíniadilíniadilina!!! -Pero no me golpees, carajo». Y abro la boca para gritar «líneaaa», pero se me adelanta la señora del tupe enlacado de la mesa dieciséis. Pues atentas al bingo…
Pero hete aquí que se abre la puerta y… ¡¡¡entran tres chicos solteroooooooos!!! ¿A que vamos a acabar bien el año? ¡¡Y se sientan en la mesa detrás de nosotras!! El de gafas pa mí; el otro pa ti; y el que queda ya veremos cómo nos lo repartimos… Ay, qué monos. Esa mesa es muy grande para ellos tres solos. ¿Y si nos cambiamos con ellos, con la excusa de que qué mejor que ocupemos una sola mesa y dejemos espacio para otros? Ay, qué viene el moreno… «Hola, chicas; ¿nos explicáis cómo se juega a esto, que es la primera vez que venimos?» O nos han visto cara de ludópatas enviciadas con el bingo, o qué manera tan inteligente y sutil de entablar conversación. «Ay, pues nosotras también» (que quede claro) «pero hemos preguntado y es así y así. -Pues muy bien, muchas gracias. -No hay de qué (guapo, pensamos)».
Lanzamos miraditas de reojo. Estamos atentas a los números. La camarera nos apremia con los platos. Señoooor, no puedo con tantos frentes abiertos. Si es cierto que Nochevieja señala cómo será el año que entra, este acaba finalmente dándome un síncope con tanto a qué atender… Seguimos mirando a los tres mozalbetes, que se sonríen. Lógico, porque acaban de entrar una pareja de señores mayores y dos chicas, que se sientan con ellos. Nuestro gozo en un pozo. Ya nos decíamos nosotras que algún sentido tendría lo de la mesa gigante. En fin, consolémonos. Queda uno. O no.
Así que, como desgraciados en amores, afortunados en el juego, a ver si tenemos suerte en esto. Setenta y cinco. Siete cinco. Diez. Cuarenta y tres. Cuatro tres. Nena, me quedan dos en el cartón y tenemos un bingo. De 300 euros. Ay madre, qué emoción, qué emoción. Cincuenta y ocho. Cinco ocho. Nena, uno sólo. «Bingo». Mecagoenla… ¿Quién ha sido la tía guarra que m’ha tangao lo treciento euro?
Pues no juego más, hala, que nos estamos dejando los dineros aquí. Y ni siquiera hemos ligado con el que queda. Y ya se ha acabado la cena. Y además, como Cenicienta, pero una hora antes, aquí mi amiga se tiene que ir a trabajar. Y yo a acompañarla. Nos comeremos las uvas en su puesto de trabajo. Y veremos Telepasión o cómo se llame en la cadena que sea.
Y nos abrazaremos, besaremos, y encenderemos velas para atraer la buena suerte.
Comentarios recientes