Posts tagged ‘pareja’

Escribir de repente mientras observo su rostro.

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Y estoy aquí sentada enfrente de él, le miro y me pregunto ¿cómo hemos llegado hasta aquí?
La respuesta la conocemos ambos, claro.
Pero tampoco interesa tanto. Lo único que importa es que estamos los dos aquí.

10 marzo 2015 at 18:29 Deja un comentario

Dos años

Fotografía de Gustavo Marco, en su perfil de Instagram, que puedes ver aquí: http://bit.ly/insta-gmarco-cisnes

Fotografía de Gustavo Marco, en su perfil de Instagram, que puedes ver aquí: http://bit.ly/insta-gmarco-cisnes

«Sólo dos años» o «dos años ya» son conceptos aparentemente contradictorios que, sin embargo, ellos ven compatibles. Son espacios temporales que no dependen del paso de días, semanas o meses; dependen, si queréis saberlo, de los latidos del corazón. O de los kilómetros recorridos en uno y otro sentido o de las horas compartidas a través de un teléfono. O de aquella tarde de domingo en la que se quedaron dormidos con la aplicación de vídeollamada abierta, recuerda ella aquella tarde de aquel domingo.

Dos años ya, dicen algunos, que son tres, comentan quienes enumeran sus momentos. Que se pueden limitar a uno, si lo cuentan otros. Pero que, sonríen ellos, es toda la vida, porque, ¿cómo son esos versos que dicen que todo lo vivido es una preparación para llegar al otro?

¿Existen esos versos? ¿o me los he inventado?

En realidad no importa si existen. Lo importante es que es cierto, sí, que todo lo vivido fue el camino que les llevó al otro.

 

2 julio 2014 at 18:33 1 comentario

Hambre feroz

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«Hemos quedado en una hora», le dice él. Y como tiene suficiente tiempo, ella se da una ducha con el exfoliante de frambuesas y fresas para luego enjabonarse con el gel del mismo olor. Se seca suavemente la piel con su toalla favorita y masajea su cuerpo con la hidratante que va a juego.
Él acerca la nariz a su cuello. Qué apetitosa hueles, murmura. Y mordisquea ligeramente la nuca de ella, que se ríe. Le muerde el hombro, la muñeca, la parte superior del pecho derecho. Qué apetitosa hueles, repite.
Y se la come.
Cuando llega al restaurante, se disculpa; no tiene mucho apetito. No, ella no ha podido venir; le dolía la cabeza.

22 septiembre 2013 at 12:42 Deja un comentario

Cuando lo que sucede es inexorable.

Fotografía cedida de la espectacular galería de Instagram de @_koli1973, que podéis ver aquí http://instagram.com/_koli1973

Fotografía cedida de la espectacular galería de Instagram de @_koli1973, que podéis ver aquí http://instagram.com/_koli1973

Tengo una amiga que diferencia, con buen criterio a mi parecer, entre animales y mascotas. Ella viene a decir que una mascota es un miembro de la familia, alguien más entre los abuelos, hijos, padres, tíos, sobrinos y primos. Añado yo alguien (hay animales de compañía que son personas, mientras que hay seres humanos que no llegan a ser animales, supongo que me entenderéis), alguien, digo, a quien se llora amargamente cuando se va sin tiempo a despedirse, de quien se echarán de menos sus besos y su dormir arrebujada en el regazo de una, de quien se acarician sus fotografías. Se te echará muchísimo de menos, preciosa perrita Estrella.

Porque los acontecimientos se suceden inexorablemente, leí alguna vez. Y los días pasan uno tras el otro sin que dejen de ocurrir hechos, pequeñas historias o no que sobrevienen sin más y a los que, sin más también, hay que acomodarse. Dejar de ser lo que a una le define, por ejemplo, puede ser un drama o una oportunidad, dicen ahora los que dicen que saben de esto de la crisis. Supongo que reinventarse quiere decir que habrá que estrujarse la cabeza y dejarse los pies y las lágrimas en hojear el diccionario en busca de otra definición de oficio, de otra categoría profesional que nos nombre. Supongo que todo eso es bueno, digo, ya que tanto lo dicen. Y ya que una misma lo dice: que había llegado el momento, que ya era la hora, que ahora o nunca, y que hay oficios para los que no hay futuro.

Y porque los acontecimientos se suceden sin que una los decida ni pueda evitarlos, no se tiene tampoco poder de decisión en irse o en quedarse, porque no existe otra posibilidad que la de irse. No se abren bifurcaciones, ni se encuentran cruces de caminos en los que abrir el mapa. Meter cinco años de vida en una furgoneta de 3.500 kg y tirar más de 800 km es todo lo que está escrito en el guión de la vida. «Pero podrías haber decidido que no», le dijeron una vez. No se llaman «decisiones» cuando está escrito que decide el corazón, y el corazón es la Vida. Cuando el corazón depende de los latidos de otro o de las penas de otro o del roce de las manos de otro. No son «decisiones», ni «opciones» en estos casos: son acontecimientos que se desarrollan inexorablemente. (Supongo que este acabará siendo el título de esta entrada)

Como es inevitable el paso de los días, no se pueden eludir las responsabilidades ni las penas ni los compromisos. No se pueden evitar los correos electrónicos ni las preguntas y las consultas. No se pueden no realizar los pagos, ni las visitas previstas. No es posible que las ilusiones o las esperanzas tengan que ser pospuestas. Como es ineludible vivir, la vida sigue. Con los miedos llorados aguardando miedos nuevos; con las dudas sobre el futuro que siguen rondando pese al viento que sopla para despejarlas; con los nuevos comienzos dando lugar a nuevas rutinas; con las manos sujetas con fuerza a las manos que están cerca y a las que están lejos.

Con el coche lleno de gasolina para ir a casa. Saldremos desde casa, claro. Porque los acontecimientos se suceden inexorablemente, dijo alguien alguna vez, y no hay otra manera de vivir que comprender la inexorabilidad de los acontecimientos.

Inexorable: (DRAE) Que no se puede evitar.

14 agosto 2013 at 13:59 2 comentarios

8 de marzo, Día Internacional de la Mujer

Hoy es 8 de marzo, Día de la Mujer. Es domingo. Esta mujer, de mediana edad, madre de tres hijos adolescentes, con un trabajo fuera de casa a media jornada de lunes a sábado, se levanta sobre las nueve de la mañana, más tarde de su horario habitual, sobre las siete. Se prepara su desayuno, tranquila por un rato. Es domingo. Hoy no hay prisa para despertar a los remolones de los chicos, tenerles preparados su propio desayuno, comprobar que tienen todo a punto para irse al instituto, mediar en sus peleas diarias por quien utiliza el baño primero… No ha dormido mucho esta mujer, porque, como todos los fines de semana, desde que empezaron a salir de marcha, ha mantenido un ojo medio abierto para comprobar a qué hora iban llegando y si lo hacían sanos y salvos. Hoy es el Día de la Mujer. Su fiesta, se supone. Pero le tocará, como todos los domingos, limpiar, planchar, remendar,  y cocinar. Quizá ha tenido suerte, o ha sido firme desde el primer día, y ha conseguido que en su casa compartan tareas; y uno planche, otro friegue, cada uno arregle su habitación (quizá alguno más ordenado que otro); quizá hasta su marido haga hoy la comida. Quizá. Pero quizá no. Y, hoy, pese a ser domingo,  a los «¿qué pasa, mamá? hoy es el Día de la Mujer, felicidades» le seguirá un «¿qué hay pa comer»?, un «jobá, mamá, ¿cómo es que no está planchada todavía esta camisa/falda/blusa/camiseta?», un «bueno, el Día de la Madre vamos a comer fuera; ¿me pones el café que voy a comprar el periódico?»

Hoy es 8 de marzo, Día de la Mujer. Esta mujer, ya abuela, se levanta un poco más tarde de lo habitual. Son las nueve, quizá las nueve y media. Se prepara su desayuno, y mientras tanto planea el menú de este domingo. Hoy vienen a comer los niños. «Los niños»… y las nueras y los yernos… Y los nietos. Los nietos, una bendición. Su alegría. Aunque lo cierto es que quizá lo serían más si no tuviese que cuidarlos todos los días a alguno de ellos; dos o tres días de la semana a los restantes. No le cuesta nada, es cierto. Son sus nietos y los adora. Cada uno tan distinto. Este más reservado; aquella, más pilluela; esta, la intelectual; aquel, el rómpelotodo… Pero, cada día, todos los días, se levanta a las siete y media de la mañana para recibir a cada uno de sus nietos, un día sí y otro quizás también, mientras comparte con las otras abuelas su cuidado. Es para echar una mano a sus hijos, ¿cómo no va a hacerlo? Pero todos los días sí y otro también, esta mujer, ya jubilada, ve cómo la vida sigue pasando cuidadando niños y cambiando pañales, y ayudando a realizar las tareas de clase, y llevándolos al parque, y educándolos… Cuando ella lo que de verdad querría es mimarlos, consentirlos, ser abuela… Y hoy vienen todos a comer, porque hoy es el Día de la Mujer. Pero, mamá, no te preocupes, yo llevo los pasteles.

Hoy es 8 de marzo, Día de la Mujer. Es domingo. Esta mujer, de cualquier edad, con hijos de cualquier edad, sólo nota la diferencia entre hoy y cualquier otro día de la semana porque los domingos comen juntos a la misma hora; porque podrá, quizá, salir a dar un paseo un rato por la tarde; porque se levantará un poco más tarde de lo habitual; porque, quizá, pueda leer tranquila algún periódico. Por lo demás, esta mujer, hoy, como cualquier otro día, hará los desayunos, la comida y la cena; fregará la casa, planchará, pondrá lavadoras, tenderá la ropa; consolará, escuchará y ayudará a sus hijos; planeará la compra de la semana que viene; revisará las facturas, los gastos habidos y los futuros; comprobará las citas médicas, las citas con los tutores y profesores de sus hijos; regará las plantas, dará de comer al perro o al gato o a los canarios o al hamster…

Hoy es 8 de marzo. Día de la Mujer. Esta mujer, que trabaja a jornada partida incluso los sábados, aprovechará el domingo, como siempre, para realizar aquellas pequeñas cosas que no puede en su día libre de la semana. Este lo utiliza para hacer la compra, ir de tiendas si le fuera necesario, fregar y limpiar la casa, ir a la tintorería, a la peluquería, a la panadería, a cualquier establecimiento al que deba ir para su lista de tareas cotidiana y que, obviamente, no abren los domingos. El domingo se levanta todo lo tarde que su sueño se lo permita, hasta que sus ojos se abran sin sonar el despertador. Desayuna con calma, disfrutando del sabor del café. Después limpia con profundidad, lee, descansa, quizá hasta duerma una siesta, verá una película en el vídeo, escuchará música, leerá los periódicos, quedará con sus amigos para un café… Esta mujer sabe que debe este domingo de descanso a todas aquellas que fueron luchando, algunas en primera línea, otras poco a poco, como hormiguitas, para que hoy pueda tener su cuenta de ahorros a su nombre, pueda trabajar sin necesidad de ser autorizada por un hombre, pueda decidir entre tener o no hijos, tenerlos sola o con pareja, tener o no pareja, mostrar o no su sexualidad abiertamente, vivir sola sin ser criticada, poder conducir su propio automóvil…

Hoy es 8 de marzo. Día de la Mujer. ¿Podrías citar una mujer científica, y que no sea Marie Curie? ¿Una pintora? ¿Una escritora anterior al siglo XIX? ¿Una mujer piloto de carreras? ¿Una astronauta? ¿Una mujer presidente del gobierno anterior a Margaret Thatcher? ¿Una banquera, que no sea Ana Patricia Botín? ¿Una política que sólo haya sido criticada por su tarea política y no por su corte de pelo, color de traje, acento, embarazo u otros? ¿Una astrónoma?

Hoy es 8 de marzo de 2009. Día de la Mujer. Qué lástima que tengamos todavía que celebrarlo.

8 marzo 2009 at 16:39 Deja un comentario

Mis vecinos del quinto

Domingo, siete de la mañana.

Esta soy yo, durmiendo a pierna suelta, descansando de una semana de trabajo.

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Pues como veis, dormía yo plácidamente cuando, a las siete de la mañana, unos jadeos estrepitosos provenientes del piso de arriba hacen que abra el ojo derecho en lo que sería el comienzo del despertar. Al mismo tiempo que mi párpado derecho se va abriendo mientras que el izquierdo mantiene procura quedarse cerrado para intentar más tarde seguir durmiendo, mi cerebro va procesando la información que esos jadeos le proporcionan.

Son de este tipo:

aaaaah, ah, mmmm, aaah, eeeh, mmmm, mmmm

Y van subiendo de volumen y de grosor de jadeo y quejido. Pasan a ser algo así:

AAAH, AH, MMMM, AAAH, EEEH, MMMM MMM, AAAAH

Y se oye (porque todavía estoy demasiado dormida como para escuchar nada) el sonido que produce el cabezal de una cama contra la pared, ese sonido rítmico que suele acompañar a ese tipo de jadeos.  Ese ruido es p’alante, ese es p’atrás. Se van a cargar la pared con tanto golpeteo.

Mi mente, como digo, empieza a procesar la información. Y se dice «no puede ser, no puede ser». ¡¡¡Son las siete de la mañana, por Dios!!! ¿Quién tiene ganas de follar a las siete de la mañana? Y con ese ímpetu. Pues debe de ser cierto eso de que es la mejor hora, porque desde luego estos están a tope. ¡Maaaadre de Dios! Menudo griterío esta chica. Este chaval tiene que ser un fenómeno, porque si no se está despertando todo el edificio con los gritos de esta mujer entonces ni con una explosión se despiertan el resto de vecinos. Si es que la va a romper con tanta fuerza que le mete… digo, con tanta fuerza.

Me tapo la cabeza con la almohada. Esto no lo resiste nadie. Es peor que una película mala. Tengo que comprarme unos tapones para los oídos, porque entre los ciclomotores con el escape tuneado y el ruido que montan por la noche y los vecinos que me he echado… no vuelvo a dormir sin despertarme dos o tres veces por la noche. Pero, mujer, relaja, que te va a dar un pasmo. Chica, te vas a quedar afónica.

Ay, la ostia, que esta mujer se va… Quiero decir, le va a dar un infarto como siga asfixiada de esa manera.

Y ¡¡Señor Señor!! ahora él. Esta mujer tiene que ser la bomba, porque lo de este tío sí que es de peli porno.  ¡¡Ole ole ole, campeón!! ¿Tienes un hermano, un primo o un amigo que se te parezca? ¿Pero a ti de dónde te han sacado, fenómeno? O están exagerando ambos o menudo par; la que me espera como él tenga turno de noche y se pongan así todos los días a las siete de la mañana. Les dejaré una nota por debajo de la puerta, que se esperen a que yo me vaya a trabajar, que luego tienen toda la mañana para ellos. No creo que sea cosa de la hora la energía que le ponen. Igual pueden esperar una horita o dos más. Y que los domingos esperen a que me vaya a comprar el periódico. Si son sólo once minutos la cosa, jolines. Que me dejen dormir. Que yo enseguida me despierto con un poquito de ruido. Que pongan el despertador a tope, y así yo me entero y me voy.

Pero ahora ya está. Él ya ha acabado de gritar, ella también. Y se ha acabado la historia. Yo ya no podré volver a dormir, y creo que ni lo intentaré, porque como se pongan los fenómenos estos con la faena de nuevo…, además me quedo comiéndome las ganas.

Mejor me voy al salón, a dormir al sofá, como un marido expulsado de la cama por su sufrida esposa; como un borracho que no es capaz de alcanzar el dormitorio cuando llega con las primeras luces del día; como un trasnochador que se queda dormido en el sofá viendo la última película de madrugada en la televisión; como una persona expulsada de su dormitorio por sus vecinos, los que juegan a ser actores porno.

13 diciembre 2008 at 20:50 8 comentarios


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