Su primer amor era un dios griego de la belleza; diez años más tarde, su primer amor era…
27 abril 2010 at 15:57 Anabel 2 comentarios
Su primer amor era un dios griego de la belleza. Un Apolo rubio y cachas de solo diecisiete años. Un David hecho carne y sangre, músculo y piel, que disparaba sus latidos y le provocaba mariposas. Su primer amor conducía un Simca 1200, y aun no siendo el mismo coche que el de la canción de Los Inhumanos, cuántas risitas tontas provocaba en ella y sus amigas. Y cuando jugaba al fútbol con aquellos pantaloncitos cortos y su camiseta blanca de tirantes marcando pecho y mostrando sus brazos musculosos, el calor corría por su cuerpo adolescente y, cuando se quitaba la camiseta, el sudor corría por las espaldas de ella al mismo ritmo de las patadas al balón que daba su primer amor.
Su primer amor se le escapó con diecisiete años porque, dice ella, era una niña tonta e inexperta que no supo jugar al amor. Pero en realidad yo sé que su primer amor era un niño tonto e inexperto que no fue capaz de entender sus miedos.
Su primer amor, diez años después, era un joven calvo y padre de familia, a quien ya no le sentaban tan bien los bañadores cortos y a quien le hubiera ido estupendo llevar la camiseta puesta el día que se encontraron en la playa. Quizá fuese porque ese día su primer amor se comparaba con su segundo amor, un semidiós moreno, un Adonis cuyo cuerpo renacía cada verano después de un invierno de batallas gastronómicas. Pero, pese a eso, aquel día, cuando, quien había sido su Poseidón rubio caminaba hacia la orilla saliendo del agua mientras su Nereo moreno la protegía de las frías aguas de la isla, sólo sintió el tirón que la empujaba hacia el primero mientras el segundo asistía estupefacto a su entrada en el agua, ella, que tan solo quince segundos antes se había negado a meter ni un dedo de sus pies en aquel mar de hielo. Quizá lo único importante era comprobar que el desgaste de los años había hecho mella en él, y que ella, por fin, podría mantener una conversación con él sin sentir aquel temblor por dentro.
Su primer amor, casi diez años después de su segundo encuentro, casi veinte años pasados desde que había dejado de ser su primer amor, seguía siendo un hombre calvo y más padre de familia todavía. Pero ahora, quizá porque el dolor y el desamor estaban marcados en los ojos de ambos, seguía siendo un hombre muy guapo, pero hombre al fin y al cabo, con quien podía conversar de su vida reciente e imaginar lo que pudo haber sido sin nostalgia de lo que no sucedió ni lástima por lo que se perdió, con él o en aquellos casi veinte años en los que los cambios de década los marcaba el físico de su primer amor.
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1.
Ana | 27 abril 2010 a las 19:35
Ayyy, pero qué bonito! Me encantó esta nueva entrada. Qué inspirada!
No sé si es autobiográfica o no, pero qué maravilla, qué manera de contar las cosas tan original que tienes Anabel.
Muchas gracias por provocar sonrisas.
Qué bonito! Bss
2.
Anónimo | 18 septiembre 2012 a las 2:42
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